miércoles, 21 de julio de 2010

La autodefinición

Me confieso amante de las grandes urbes, con avenidas sin fin, rios de gente que van de un lugar a otro, mil cosas para hacer, museos que visitar, una extensa oferta cultural... Ciudades que puedes recorrer andando y nunca se acaban, siempre te queda algún lugar al que ir, ver, visitar... con su heterogeneidad de gentes y culturas, que hace de ti parte de ellas y de las que nunca acabas de saciarte.
Lugares en los que la gente no te conoce, eres totalmente anónimo, uno mas que forma parte de esa belleza caótica y estresante en horas puntas, un constante bullicio. Transmiten energia y dinamismo, luz y color... están en constante movimiento

… pero para valorar algo, nos tenemos que distanciar de ello, cuando estamos en la vorágine nuestra visión esta deformada por la costumbre y acaba por no apreciar y dar el valor real a las cosas que tiene a su alrededor.
Y para hacer este proceso de introspección, y conocimiento del propio ser, y todo aquello que sus sentidos han percibido a lo largo de su vida, no hay nada como el silencio, la tranquilidad, el aire fresco de un lugar lejano, apartado de las grandes ciudades, de los humos, de los ruidos… pero con un castillo, río, con lagos en los que pasean a sus anchas cisnes y patos, bosques por los que corretean las ardillas… en el que aprecias al detalle los cambios de las estaciones, como caen las hojas, como se derrite la nieve, como nacen las flores… como si de un cuento de hadas se tratase.
Lugar este totalmente opuesto del que te has confesado amante, pero en el que puedes escuchar a tu alma, escucharte a ti mismo y entablar contigo aquellas conversaciones que tenias pendientes, ya que el ruido del primero no te dejaba. Lugar en el que al andar notas las suaves caricias del aire frio en la cara, en el que los copos de nieve rozan tus mejillas; y tus oídos, además de hablas extrañas, escuchan el sonido del viento y de los pájaros.

Asi que puedo decir también que soy amante del los parajes tranquilos, solitarios, poco habitados y silenciosos… en los que noto el crujir de las hojas secas bajo mis pies y los días de lluvia saltan a mi alrededor decenas de ranas y los cuervos graznan descarados al verte; lugar en el que el cielo no tiene fin y en el que ninguna finca te impide ver el sol, ni las nubes ni el manto azul infinito.

¿Extremista? Quizá, pero yo soy de las que piensan que cuando te defines no estas mas que automutilándote. Yo no quepo en un cajón, ni en una caja de cartón, definirme seria como intentar ajustarme a un envase que no es el mío. No creo en los esteriotipos, en las etiquetas ni en las clasificaciones, creo que podemos ser todo aquello que queremos ser y amar aquello que nos rodea, sin mas limitacion que la que nosotros nos queramos imponer. Por fortuna, las personas somos mucho más que un adjetivo o un conjunto de ellos, somos ricos en matices y definirnos no seria más que caer en nuestro propio cepo.

Tras años de observación he visto que las personas que se definían como algo y se erigían como abanderados de esa misma causa, no hacían más que poner al descubierto sus mas grandes carencias. No sere yo quien me ponga el yugo. Como decía un ilustre obispo “Yo soy lo que soy y no lo que los demás dicen que soy”


Enero 2008

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